Image credit: © Darren Yamashita-USA TODAY Sports
Traducido por José M. Hernández Lagunes
Hace unos meses, estaba viendo un viejo partido de béisbol en YouTube, que es como paso gran parte del invierno. Mirar por la ventana y esperar la primavera está pasado de moda; la primavera está donde esté tu teléfono. La temporada de béisbol dura todo el año, desde que te levantas hasta media noche.
Pero divago. La cuestión es lo que vi mientras veía ese partido, que los Dodgers parecían unos enormes idiotas en busca de una ventaja competitiva marginal. Es cierto que, en ese momento, no parecían idiotas, per se, pero seguro que lo son en retrospectiva. El aspecto de estos auriculares del coach de los Dodgers, Bill Russell, era relativamente moderno en 1990, pero no ha envejecido bien.
Russell llevaba esos auriculares para poder comunicarse con el entrenador de los Dodgers, Joe Ferguson, que estaba en el palco de prensa con un walkie-talkie. El trabajo de Ferguson para Los Ángeles, en ese momento, era servir como su “ojo en el cielo”. Ese era el nombre que ellos (y otros equipos) daban a una función que existió en diversas formas durante gran parte del periodo comprendido entre mediados de los años setenta y 1991. Sólo un puñado de equipos la utilizaban, pero los que lo hicieron juraron que funcionaba. El trabajo de esos entrenadores consistía en observar la posición defensiva, consultar la información de los ojeadores…
Esta práctica estuvo permitida hasta que ambas ligas la prohibieron por separado en 1991. Por aquel entonces, los canales de televisión que podían estar a disposición de los entrenadores en esas cabinas tenían una calidad de vídeo lo suficientemente buena como para (al menos en teoría) ampliar las señales del receptor y revelar los tipos de lanzamientos entrantes. Puede ser una coincidencia, o no, pero las ligas recibieron suficientes notas de preocupación de los equipos que no utilizaban el ojo en el cielo como para obligarles a prohibir la entrada a los que sí lo hacían. En cualquier caso, los equipos que lo habían estado utilizando (principalmente los Dodgers, A’s, Yankees, White Sox y Rangers, en varias ocasiones) aceptaron el cambio con un mínimo de quejas. De paso, consiguieron una pequeña concesión de las ligas, ya que los cuerpos técnicos se ampliaron para permitir que los entrenadores que habían sido trasladados a esos palcos volvieran a formar parte del personal de campo con uniforme.
Las comunicaciones por radio (o, ahora, electrónicas) entre los que tienen una vista aérea del diamante y los que están en el banquillo siguen siendo limitadas, y con razón. Sin embargo, gracias a PitchCom, ahora hay mucho menos en juego que hace unos años. ¿Podríamos estar viendo el regreso del ojo en el cielo? Respondamos a esa pregunta con otra: ¿Era útil el ojo en el cielo?
Los días felices del ojo en el cielo fueron también el pináculo de la era del diamante como tablero de ajedrez. En la década de 1980, cuando el juego se basaba sobre todo en la velocidad y los entrenadores se veían a sí mismos como maestros tácticos con banquillos profundos, todo el mundo se centraba en el robo de señales–ni siquiera las señales de los receptores, en su mayor parte, sino el aluvión de ellas que constantemente mostraban los entrenadores de tercera base y de banquillo. El robo, el hit-and-run, los toques y los lanzamientos afuera se utilizaban con mucha más frecuencia, y todos los equipos estaban obsesionados con subvertir al rival. Ese no era el propósito del ojo en el cielo, pero parecía estar muy relacionado. Una vez que un equipo averiguaba cómo iba a lanzar a un bateador y por dónde podrían ir los corredores de base, el siguiente paso era determinar el mejor lugar para colocar a los jardineros para interceptar la pelota. Los equipos eran agresivos en este aspecto, pero disponían de informac…
Trasladar coaches al palomar fue una respuesta a la misma tendencia en el fútbol americano, hace unos 40 años. En la NFL, esos coaches siguen estando a nivel del campo, pero es más obvio por qué eso puede ser útil allí. Ahora que los equipos han racionalizado la adquisición y difusión de información sobre las tendencias de sus rivales, ¿los equipos de béisbol necesitan el ojo en el cielo? Si es así, probablemente se les debería permitir explorarlo. La eliminación de las señales manuales del receptor hace que los riesgos asociados a la comunicación desde un entrenador externo hasta el banquillo sean relativamente mínimos.
La cuestión ahora es si el béisbol todavía se juega lo suficiente en esos grandes espacios del diamante como para que valga la pena tener un coach dedicado allá arriba gestionando ese espacio, o si el mejor enfoque es mantener a esos entrenadores agrupados y enclaustrados en el banquillo, donde pueden gestionar mejor los espacios que determinan de forma más obvia los partidos modernos: la zona de strike y el terreno mental donde los jugadores absorben datos vitales y los ponen en su mejor uso.
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